lunes, 16 de mayo de 2011

Niebla - Miguel de Unamuno

Libro corto, con un prólogo largo. Si eres de esas personas que te saltas el prólogo de los libros, en este libro no lo deberías hacer. Esto es una nivola, no una novela.

El estilo de narración es bien diferente a lo que por lo menos yo estoy acostumbrado, ni me gustó tanto, pero bueno vamos al grano..

El libro tiene una carga filosófica fuerte, es bien profundo y no se lo recomiendo a todo el mundo.

El protagonista del libro, Augusto, es medio parecido con el Werther de Goethe, en la forma que tienen los sentimientos ahí, a flor de piel. Pero a diferencia de Werther, Augusto se cuestiona mucho más, está mas preso en su cabeza.

La trama del libro cuenta los meses más intensos de la vida de Augusto (los últimos), no les voy a dar spoilers aquí pero a mi me gustó y en ciertos tramos estaba bien atrapado en la historia como tal, lo aburrido es ciertas partes que me parece que divaga. La mayoría de los capítulos terminan con monólogos que Augusto tiene con su perro, me encanta, y el final de la historia no agarra desprevenido a nadie porque es conocido desde las primeras páginas, pero la forma que llega al final es lo que vale la pena no?

"Los más de los suicidas son homicidas frustrados; se matan a sí mismos por falta de valor para matar a otros."

"Pueblo que se recrea en las corridas de toro y halla variedad y amenidad en ese espectáculo sencillo, está juzgado en cuanto a mentalidad"

Esas fueron 2 de las citas que más me gustaron del libro.

El final del libro es lo mejor, bueno las dos "escenas" finales:
- La primera a lo stranger than fiction, buenísima
- La segunda, bueno la última, es la reflexión final hecha por el perro Orfeo, sobre la vida de los humanos y los perros, simplemente genial

Solo hice esta reseña con la intención de que se lean el libro, digo, si les interesa, y me comenten, yo le doy un 5 sobre 5, sobretodo por la perfección del final.

jueves, 25 de marzo de 2010

La isla de Sanz


Despierta esa mañana en la arena Germán Sanz, bien descansado como siempre, claro, sin nada que lo moleste duerme como los árboles que lo rodean. Hoy no parece que vaya a ser muy distinto al día de ayer, inclusive amaneció en la exacta misma posición que ayer, con el pequeño diario, ese que le dejó su madre, a su lado, por fin se ha decidido. Sentado en la arena ha comenzado a escribir.
-Tantos días de soledad, en esta isla, o como decía madre, el pequeño mundo. Ja, que todavía me pregunto si será verdad o mentira todo eso que me contaba ella. Hablaba siempre del pasado. Todas las palabras que yo uso me las enseñó ella, quien sabe si yo las uso bien o no, al fin y al cabo, ya pasaron más de dos mil lunas desde la última vez que la vi. Yo ni sé que números vienen después del dos mil, ahora creo que debí anotar todo eso que me enseño madre, o tal vez no. ¿Para qué? ¿Para quién escribo esto? Ja, o yo pienso que escribo. Tal vez de existir alguien, y ese fuese a leer esto, no entienda nada de lo que yo pienso que escribo. ¿Ironía será la palabra que busco? No lo sé.
Se levanta y se dirige al arroyo, esa fracción de la isla que siempre visitaba con su madre y que de hecho, aún tiene su esencia, la rudimentaria cocina hecha a base de piedras y leña. Germán recoge unas cuantas frutas y desayuna en los alrededores a la antigua cocina. Calma la sed que ataca todas las mañanas y medita un poco sentado a la sombra de un grupo de palmeras. En ese lugar vuelve a escribir.
-Tantas lunas, acostumbrado a pescar para dos, ya no se qué hacer con esos pescados. Esos pájaros que vienen a comerse los restos, ya los odio, los desprecio. Madre me contó de pájaros de todos los colores, colores que ni se como son porque madre no me pudo mostrar ejemplos de ellos. Sin embargo, los pájaros del pequeño mundo son todos iguales. Ya intenté comerlos, pero también saben mal, entonces no sirven para nada, ¡los desprecio tanto! Ah, como me gustaría conocer esos pájaros, o esa tal vida en sociedad de la que madre hablaba. Aquí hablo sólo para no olvidar como se hace. Hablo con todo, nada me responde. Ah, como me gustaría que algo me respondiera. Bueno, algo que yo pudiese entender. Madre decía que los animales no piensan, no se pueden comunicar con uno, y después de tantas lunas solo, ya sé que no pueden.
Cierra el diario y corre sin dirección, corre hasta cansarse, se siente agitado, un poco molesto, se adentra en la isla, en esos lugares habitados por diversos animales que por suerte no representan para Germán ninguna amenaza. Los contempla con interés durante un tiempo, abre su diario y escribe.
-Tantos seres que hay en mi pequeño mundo, y ninguno para yo hablar. Ja, nunca entendí eso que madre llamaba el tiempo. Veinticuatro horas entre cada vez que sale la luna, ¿Veinticuatro qué? ¿60 minutos? Prefiero contar el numero de lunas que ya vi, aunque existen noches sin luna, madre me explicó el por qué. Contar los soles no me gusta, siempre preferí la noche. La noche, cuando se ven los más fascinantes seres de mi pequeño mundo. Sí, esos voladores que tienen luz propia, de ese color que me atrae tanto, tan cercanas, tan posible tener esa luz. Y el cielo, ese enorme cielo, se llena de estrellas de varios colores, que yo siempre creí que eran otro tipo de voladores, más poderosos, más lentos, pero madre siempre me dijo que eran estrellas como el Sol, pero más lejanas.
Mira hacia el cielo con cierta nostalgia, pero el inclemente Sol lo hace desistir. Es en éste momento que se decide a subir la colina, no es que no lo haya intentado antes, fracasos siempre, pero hoy Germán parece determinado a llegar al tope. Pasado un tiempo desde que comienza la excursión, Germán decide tomar un descanso, y también decide escribir.
-Tantas estrellas, en ese cielo que no tiene fin, todas las noches las mismas estrellas, amo verlas, no como el Sol que me molesta también. Me gustaría tener estrellas todo el tiempo, para poder verlas, sentir que alguna es mía. Ah, estúpida soledad. Ni la estrella más débil responde al cariño que le tengo. Pero bueno, de la noche, las estrellas son las segundas que más me gustan. Ja, aun tengo la duda de si de verdad son soles o no, creo que nunca tendré certeza de eso. También de la noche el mar, ese mar que me intimida tanto, se llena de lucecitas de otro color que no sé cómo llamar, pero me atrae tanto.
Desde el lugar donde decide descansar, que se encuentra a una altura considerable por encima del resto de la isla, se puede observar todo el horizonte, la magnificencia del inexpugnable océano. Germán como hechizado por el mar, grita con todo el poder de su garganta, luego ya jadeando, saca su diario y escribe.
-Tanto mar existe, todo mi pequeño mundo se encuentra rodeado de mar. A veces calmo, a veces agresivo, a veces despiadado, el mar parece un ser vivo, pero definitivamente no responde a las preguntas que le hago. Solo entro en el por necesidad, para pescar, creo que si tuviera otra opción para alimentarme que no fuese pescar, la elegiría. El mar me intimida. El mar tiene reglas, en las noches se pone tan furioso, que se vuelve imposible, por eso de noche lo que me gusta es mirar las luces, la manera que el mar se muestra ante mí. Y madre solo quería que entrara al mar lo suficiente, lo prefería así.
Sacude la cabeza y se pone en marcha de nuevo, caminando a ritmo lento hacia el tope de la cada vez más empinada colina, el sol ya ha recorrido un largo camino desde el momento en el que Germán abrió los ojos en la mañana, advierte que el Sol ya ha comenzado su descenso, rápidamente escribe.
-Tanto tiempo, ja, tiempo, con madre cuando era pequeño sirvió para que ella me pudiese enseñar todo lo que sabía, así aprendí a hablar, así aprendí a escribir, así le pregunte todo lo que me paso por la mente mientras madre estuvo viva, bueno, aprendí todo lo que ella quiso responder claro está, toda la vida con sólo dos puntos de vista, el de madre y el mío. ¿Cuántos otros puntos de vista existirán? Ah! Si tan solo madre le hubiese dicho a alguna persona que se fugaba de casa, pero no, así comenzó nuestro ciclo de soledad. Nadie se enteró de su fuga, de su naufragio, y nadie nos buscó, nadie nos encontró, y yo nunca conocí a otro humano.
Se tumba en el monte, respira el aire puro, divaga por pensamientos que lo atormentan, por pensamientos tristes, y por otros felices. Divisa en la sombra el tronco de un árbol caído que servía de perfecta silla, se acomoda como puede en él y escribe.
-Tantas preguntas surgieron después, y nunca podré tener certeza sobre sus respuestas. A partir de su muerte, el pequeño mundo paso a ser mío, y como tal, yo tengo la razón en todo. La verdad, mientras no haya quién la rebata, es verdad, ¿no? ¿Y quién va a rebatirla, los monos? ¿El mar? Ja, estúpida soledad. Ahora, ¿cuál título prefiero? ¿Rey, presidente, jefe, emperador? Madre me dijo que en el gran mundo, los títulos son muy importantes, que ser alguien en el gran mundo depende de ellos, entonces elijo ser Emperador del pequeño mundo, pero en la realidad parece poca cosa, porque sinceramente, ¿a quién le importa? Nadie lo sabrá, entonces puedo ser esclavo del pequeño mundo si me apetece.
Desde su nuevo trono, Germán divisa a lo lejos, en el horizonte, una sombra, algo que parecía no ser mar, que parecía no pertenecer al mar, lo observa con detenimiento, mas con distracción, porque no era la primera vez que Germán veía algo de ese estilo en el mar, a esas horas, ya casi le era normal. Pensando en esto escribe.
-Tanto que no vi, mi imaginación no da para tener idea de lo que un “tren” es, o un “barco”. ¿Cuántas cosas me perdí? Después de madre morir, vi un pájaro grande que volaba solo, lento, dejando una estela de nube, ¡Que cosa rara! Tal vez sea algo del gran mundo. Tal vez lo imaginé, tal vez fue un sueño, ¿quién me va a confirmar ese hecho en mi pequeño y solitario mundo? Ya aprendí que uno solo puede confiar en uno mismo, pero también en ocasiones creí ver lo que no estaba ahí. A lo lejos el mar suele engañar de diversas formas, los reflejos en el agua, el humo de mis fogatas, yo no lo entiendo del todo, pero también tengo certeza de haber visto cosas que no estaban.
Al levantar la cabeza de nuevo, al salir de sus pensamientos, Germán logra ver como la sombra no había desaparecido, si acaso, se había hecho aún más grande, y parecía moverse en dirección a la isla. Germán no podía dar crédito a lo que veía, giraba observando hacia todos lados, pensando en su isla, pensando en lo que venía a su encuentro. Escribe.
-Tantas veces recorrí el pequeño mundo, toda la costa sin que el atardecer llegase. Mi mundo tiene varias partes que me gustan, y otras que no tanto. La arena que conforma la mayor parte de la isla me gusta de cierto modo, tantas pequeñas partículas para formar ese todo que tanto me agrada. Es de lo que está hecha mi isla, ¿cómo no me va a gustar? ¡Mentira! Hubo tiempos en que esa arena que está en todos lados, llegó al punto en el que la desprecié, quise cambiarla, claro, todo el día teniendo que convivir con ese algo que ni te gusta, ja, terrible. Luego en una costa del pequeño mundo hay un pantano, me gusta, todo lo que entra ahí el pantano lo desaparece y luego no me importa, lo olvido todo como si no hubiese existido. ¡Qué raro es ese concepto de olvidar! A madre le costó trabajo explicarme eso, irónico que ya no recuerdo la explicación que me dio ella. En el centro de la isla hay un lugar bien seco, donde decidí guardar las cosas que no quiero olvidar nunca, siempre que encuentro algo interesante y que quiero recordar, lo guardo en el centro de la isla para nunca perderlo. También está la elevada y empinada colina, sí, ese obstáculo que hasta el Sol de hoy no había conseguido vencer, y ningún bien me había traído.
Con un poco de desesperación, baja a toda velocidad la colina, hasta llegar a la playa desde la cual podía observar mejor eso que se aproximaba hacia la isla. Ya en la costa divisa la sombra, se hacía más grande, comenzaba a tener color y forma. Germán corre hacia el mar y penetra en el hasta las rodillas temeroso. Así acercándose un poco comienza a gritar como acostumbraba, ¡con toda su alma!, esto hizo que los marinos lo vieran a lo lejos y avisaran al capitán. El barco tomó rumbo hacia donde se encontraba Germán. Mientras esperaba y veía formas humanas en la cubierta del barco, Germán escribe.
-Tanto que le temía al mar, tanta frustración que he sentido por su culpa, mi incapacidad de navegarlo, mi insuficiencia para comprender que de verdad existe un gran mundo. Tanto insistí en hacerme creer a mi mismo que todo aquello que me contaron era mentira. Y ahora viajaré con humanos, con gente. Por fin conoceré diferentes puntos de vista. Tal vez encuentre alguien que haga como madre y me explique todo aquello que aún desconozco. Me encontraré con una sociedad, ¿cómo voy a lograr hacerme entender ahí? Cuando ni en el pequeño mundo, donde yo era tanto el emperador como el esclavo, lo logré.
Sube a la cubierta del barco y fue ahí que Germán conoció al capitán.
Francisco Durán

Estreno

El estreno, y probable única vez que utilice esta herramienta, será pronto. =)